Escritores diplomáticos españoles

Desde los siglos XV y XVI los ministerios de Estado europeos inician la configuración de una red diplomática estable. En España, no es hasta mediados del siglo XIX cuando se crea un auténtico cuerpo profesional dedicado permanentemente a las relaciones internacionales y la política exterior. En este sentido, la Carrera Diplomática es el cuerpo más antiguo de la administración civil del Estado.

En 2019 se conmemora el 90º aniversario de la creación de la Carrera Diplomática en España tal y como la conocemos hoy en día. El Real Decreto de 29 de septiembre de 1928 culminó la unificación de las Carreras diplomática y consular e inició un proceso que se completaría con el Real Decreto de 10 de enero de 1929, que vino a dar forma al nuevo Reglamento de la Carrera Diplomática unificada. Por supuesto, la entrada en vigor de la Constitución de 1978 supuso el punto de partida para la plena democratización de la Carrera, aproximándola al resto de cuerpos de la administración civil y abriendo su acceso al conjunto de la ciudadanía de acuerdo con los principios de igualdad, mérito y capacidad.

Si en los inicios de la Edad Moderna era una función o tarea encomendada habitualmente a personas destacadas de la Corte, progresivamente la diplomacia se fue institucionalizando, con la creación de redes estables de legaciones establecidas de forma permanente ante otros países. Posteriormente también se profesionalizó y pasó, además, a incluir entre sus competencias los asuntos consulares, primero, y más tarde una multiplicidad de tareas en el ámbito internacional, más allá de las cuestiones estrictamente políticas: cooperación para el desarrollo, acción cultural exterior, diplomacia científica y tecnológica, diplomacia pública y digital, medio ambiente y lucha contra el cambio climático, relaciones económicas internacionales, acuerdos de pesca, etc. Hoy, la Carrera Diplomática es el cuerpo especializado del Estado en relaciones internacionales, adscrito al Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación.

La RAE define la diplomacia (entre otras acepciones) como el “servicio de los Estados en sus relaciones internacionales” y al diplomático como “perteneciente o relativo a la diplomacia” o aquel “que interviene en negocios de Estado”. Esta concepción tan vaga se ha ido acotando en las últimas décadas, derivando, por un lado, hacia un concepto más profesionalizado del personal diplomático, que en puridad es aquel que forma parte de la Carrera Diplomática y, por tanto, es diplomático por oposición. Por otro lado, se ha ido conformando una acepción más amplia, que incluye, desde el punto de vista internacional, a todos los consejeros y agregados acreditados como tales, así como a aquellas personas que ocupan puntualmente un puesto de responsabilidad en el ámbito diplomático por designación política.

Ha habido muchos intentos de explicación de la relación entre los diplomáticos y la escritura, la mayoría ligadas al peso que la palabra, y en especial la palabra escrita —pero no solo, como demuestra la capacidad negociadora que se presupone a los diplomáticos—, han tenido siempre en la práctica diplomática. Sea como fuere, diplomacia y escritura han ido históricamente de la mano. Existe una larga tradición de diplomáticos escritores: de literatos y pensadores famosos, que podrían ser considerados escritores diplomáticos (en el caso español, Juan Valera, Ángel Ganivet, Josep Carner…); pero también de funcionarios y funcionarias que han dedicado tiempo a investigar, a observar, a recopilar, y a plasmar por escrito y publicar sus vivencias, su visión de las relaciones internacionales o de los hechos que les fue dado presenciar. Por supuesto, no siempre estamos ante grandes obras artísticas, pero casi siempre ofrecen testimonios de alto valor histórico.

El lenguaje ha sido siempre, pues, de un modo u otro, una herramienta de trabajo esencial para la diplomacia. Pero, ¿qué relevancia puede tener para la historia lo que hayan escrito los diplomáticos? ¿Qué tienen estos textos de particular?

Durante siglos, los diplomáticos han sido testigos de excepción de los grandes acontecimientos del mundo: tanto en la escena global como en el interior de sus países. Además, los diplomáticos han sido ventanas al mundo cuando este no estaba aún globalizado. Y aún en nuestros días muchos siguen estando en disposición de observar y de narrar desde la posición única en la que les ubica el desempeño de las tareas de servicio público en el exterior que tienen encomendadas, y que les distinguen claramente del turista, del viajero, del expatriado…

Siempre según la RAE, escritor o escritora es simplemente aquella “persona que escribe”, el “autor de obras escritas o impresas”. Polígrafa es la persona “que ha escrito sobre diversas materias”. Se presenta ahora, un repositorio digital de diplomáticos escritores, casi todos ellos polígrafos, que han escrito obras de ficción, ensayos sobre política exterior o relaciones internacionales, artículos en prensa, crítica literaria o reseñas de cine, libros de historia o de derecho, memorias, biografías o autobiografías… En fin, todo tipo de textos que la AECID desea poner a disposición del público y la comunidad investigadora a través de este espacio propio dentro de su Biblioteca Digital.

Para la selección de autoridades se ha optado por emplear, de acuerdo con la noción históricamente cambiante antes apuntada, un doble criterio: hasta la primera mitad del siglo XX, aproximadamente, se ha incluido a personas que ejercieron puestos destacados en misiones diplomáticas—por lo general, embajadores y embajadoras— aunque no fueran diplomáticos de carrera (Isabel Oyarzábal, Pablo de Azcárate…), mientras que a partir de ese momento se ha recurrido a un concepto restringido de la noción de diplomático. Por otra parte, se ha optado por priorizar a aquellos autores y autoras bien con mayor volumen de obra publicada, bien con más recursos digitales disponibles en acceso abierto, de acuerdo con la filosofía de una biblioteca digital. En cualquier caso, se trata de un proyecto inconcluso en evolución, que podrá (y deberá) seguir ampliándose gracias a las aportaciones, sugerencias, donaciones y al trabajo de otros diplomáticos, personas usuarias, miembros de la comunidad académica e investigadora y del propio personal de la Biblioteca de la AECID, sin cuyo tesón y dedicación este proyecto no hubiera sido posible.

Sergio Colina Martín
Diplomático. Polígrafo